sexta-feira, julho 02, 2004

CON LUPA - ELOGIO DE PORTUGAL, UN PAÍS CON UNA FEROZ LIBERTAD DE EXPRESIÓN, DEL QUE LOS ESPAÑOLES TENEMOS MUCHO QUE APRENDER

Muchos españoles están descubriendo estos días, aparentemente sorprendidos, la existencia en la casa de al lado de un vecino llamado Portugal, un vecino bastante más pobre que nosotros pero capaz de organizar una evento tan importante como un Campeonato de Europa de fútbol, de construir una serie de estadios, todos magníficos, de ganar a la millonaria selección española, e incluso de colocar como presidente de la Comisión Europea a uno de sus políticos, José Manuel Durão Barroso.

Ese país, cuya selección jugó y ganó ayer la primera semifinal de dicho campeonato contra Holanda, lo cual ya es de por sí un triunfo, sigue siendo un gran desconocido para España y los españoles. ¿Por qué? Porque los españoles, con la inveterada suficiencia de quien se cree superior, se han negado siempre a entender -en realidad ni siquiera lo han intentado- a Portugal y los portugueses.

Cuando la realidad es que España y los españoles tendrían -tendríamos- mucho que aprender de nuestros vecinos atlánticos. Aprender y lamentar la ausencia en España de esa elite intelectual, empresarial y política que habla idiomas, elite muy cercana a Gran Bretaña y a la cultura francesa, muy poco hispanófila, pero muy tolerante, muy abierta, muy cosmopolita.

En Portugal sería impensable contar con un presidente de la República que no hablara francés e inglés. La mayoría de los portugueses se esfuerzan por hablar español ante españoles, haciendo gala de una actitud cívica en el trato que tan difícil es de encontrar en el páramo hispano.

El presidente, Jorge Sampaio, vive en su casa, en su propio domicilio, como el primer ministro. A ninguno le da por convertirse en un Trillo. Nadie enloquece con el cargo. Nadie se prevale de su condición. Antonio Vitorino, actual comisario europeo, dimitió de su cargo como ministro -socialista, por cierto- tras descubrirse un desfase de 8.000 escudos (unas 6.000 pesetas) en las cuentas de su ministerio.

Semanas atrás, el presidente ZP se trasladó a Lisboa en su primera visita relámpago al país vecino, y no se quedó a cenar con Durao Barroso a pesar de haber sido invitado. Todo un síntoma. Vistas así las cosas, no es extraña esa inveterada desconfianza que comparte la clase política portuguesa hacia España, desconfianza que la prensa se encarga de mantener viva. Sus razones tendrán.

Todo el edificio de ese Portugal Abierto -la vieja aspiración de quienes aquí persiguen una España Abierta capaz de superar sus viejos atavismos- se asienta seguramente sobre una feroz libertad de expresión que todos defienden y que se manifiesta en los debates -políticos, económicos- que se celebran en la televisión y en los textos que aparecen en diarios y semanarios (de gran importancia en el país vecino).

Comparar esa libertad de prensa, ese valor cívico del que hacen gala las elites portuguesas para hablar alto y claro, y criticar lo que juzgan merecedor de crítica, con el miedo a hablar de nuestros ricos, de nuestros empresarios, de nuestros políticos, fieles devotos de la ley del silencio, y con el secretismo y la rendición a los poderes políticos y económicos que hoy caracteriza a la prensa española -no digamos ya a la televisión- es como para echarse a llorar. ¿De qué presumen, entonces, los españoles ante Portugal y los portugueses? Ese es, sin duda, uno de los grandes misterios de la Historia Universal.

Jesús Cacho 1/7/2004 (www.elconfidencial.com)